El Evangelio nos enseña a contemplar el corazón de Cristo en la figura del buen pastor. El pastor es hombre de corazón; un corazón que ama su rebaño; y porque lo ama vive con el rebaño, lo guía, lo defiende de los animales salvajes lo protege de todo peligro. Cada cordero es suyo. Cada oveja es suya y no quiere perder ni una de sus ovejas porque le pertenecen (Lc 15,4-6; Mt 18,12).
El buen pastor tiene todo su corazón dirigido a las ovejas y no a sí mismo. Se preocupa de modo particular de la oveja que se ha perdido, no ahorra esfuerzos con tal de tener la alegría de reencontrarla. En ese momento, en la ayuda que recibió, descubre lo bueno que es el corazón de su pastor.
El corazón manso de Cristo
Jesús, describiendo su corazón, se presenta como el Dios de amor: “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré. Yo soy tolerante y humilde de corazón” (cfr. Mt 11,28-30). El corazón de Cristo abraza nuestra vida en todos sus aspectos, nuestras virtudes y debilidades. Si por un lado está la preocupación de Dios por nuestras infidelidades, por el otro está el Dios que renueva su fidelidad. Leemos de hecho: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15,8).
Al mismo tiempo se presenta como el cordero que quita los pecados del mundo: perdona todos los pecados, de todos nosotros, de todos los tiempos. No hay pecado que no pueda ser perdonado. Y esta es la verdadera omnipotencia del corazón de Cristo: perdonar siempre todo y a todos. El perdón es encuentro de nuestro corazón con el corazón de Dios; “un corazón de Dios – como dice Papa Francisco – enamorado de nosotros y siempre pronto a abrazar nuestra vida”.
El corazón misericordioso de Jesús
También San Ambrosio habla del corazón misericordioso y lleno de ternura de Cristo. Conmueve su oración a Cristo buen pastor. San Ambrosio se siente una oveja perdida y pide ayuda: “Ven, Señor Jesús, Buen Pastor, busca a tu siervo, busca tu oveja que está perdida, porque yo también te pertenezco. Ven sin perros, ven sin malos guardianes, ven sin mercenario. Ven con la caridad y el espíritu tolerante. Ven: búscame, encuéntrame, tómame y llévame a tu rebaño, Señor Jesús, Buen Pastor”.
De la devoción a la acción
Seguir a Jesús – escribe Papa Juan Pablo II – significa mirar a su corazón, que tanto ha amado. Esto significa amar a todos de corazón: saber entrever el sufrimiento, la escasez del otro, la necesidad de una palabra, de un gesto de ternura, de un silencio de cercanía, de una oración, de un servicio, de la disponibilidad de nuestro tiempo”.
Amar de corazón, con el corazón de Cristo, significa amar sin medias medidas, hasta el sacrificio del propio yo; significa poner el otro al centro, olvidarse a sí mismos.
Amar de corazón significa, entonces, amar con el Amor que habita en el Corazón de Cristo. Fijemos, por tanto la mirada en el corazón de Cristo… ¡para tener corazón! (cfr. Juan Pablo II, textos desde 1984 hasta 1990).
El corazón del Buen Pastor en Comboni
Daniel Comboni ha fijado la mirada en Cristo y entró en sintonía con el corazón del Buen Pastor, un corazón divino que palpita por África. Comboni, entonces, ha hecho suyos los latidos del corazón de Jesús por la Nigricia y salió para hacer causa común con estos hermanos y hermanas que también fueron olvidados por la Iglesia misma, volviéndose, para ellos, presencia del amor de Jesús, buen pastor (cfr. Escritos 2741; 2742).
Si el corazón de Cristo buen pastor latía por los africanos, también el corazón de Comboni vivía y palpitaba por África “su amante”. Daniel Comboni hubiera querido tener más que una vida, hubiera querido hacer más, amar más, porque el amor verdadero no tiene límites y no pone límites.
Amar, para Comboni, significaba estar dispuestos a dar la vida. Su amor había escogido una tierra olvidada, habitada por los marginados de su tiempo. El Espíritu del corazón de Jesús lo enviaba y le decía que era necesario anunciar el reino de Dios a los últimos, así como lo había hecho el Señor con los excluidos de su tiempo. Sin prejuicios y con el amor y el corazón del Buen Pastor.
Teresino Serra
misionero comboniano