"Animación misionera en un mundo que cambia"
Algunas premisas:
- En la Redemptoris Missio (RM) del 8 de diciembre de 1990 se habla de tres áreas de la Misión: Pastoral/Nueva Evangelización/Ad gentes. Esta perspectiva está superada por los cambios provocados por la globalización. Por otro lado, bíblicamente hablando, la Misión es una: sin fronteras.
- b) Debemos pasar de la visión eclesiocéntrica preconciliar a la del Reino.
- c) Es necesario hacer nuestra la trilogía del Papa Francisco expresada en Evangelii Gaudium: Iglesia en salida; en la periferia y del lado de los pobres.
- d) También es importante tener presentes los «caminos de la misión» que, según Juan Pablo II en la RM, son: testimonio y anuncio; liturgia, oración y contemplación; la justicia, la paz y la integridad de la creación; el diálogo interreligioso y el diálogo con la sociedad civil; enculturación; reconciliación.
- e) Por último, también desde el punto de vista del contenido, hay algunos principios teológico-pastorales muy queridos por el Papa Francisco: casa común, ecología integral, fraternidad...
La misión, la obra del Espíritu
Pablo VI en Evangelii Nuntiandi expresó un concepto teológico, reiterado más tarde por Juan Pablo II en la RM y por Francisco en Evangelii Gaudium: el Espíritu Santo es el «agente principal» de la evangelización-misión. El Concilio Vaticano II ya había dado orientaciones muy claras sobre este punto, reconociendo la presencia y la acción del Espíritu Santo no sólo en la Iglesia, sino también fuera de ella, y especialmente en las otras religiones.
No es casualidad que en el decreto Ad gentes se lea: «Sin duda, el Espíritu Santo obraba ya en el mundo antes de la glorificación de Cristo» (AG 4). En cualquier caso, está claro que la salvación traída en Cristo por el Espíritu obra más allá de los límites de la Iglesia, como leemos en Gaudium et Spes: «Esto (ndr. la Salvación) vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS 22).
Por su parte, Rowan Williams, arzobispo emérito de Canterbury, describió la misión de la siguiente manera: «Consiste en descubrir dónde actúa el Espíritu Santo uniéndose a su acción». Todas estas afirmaciones están íntimamente ligadas a la idea de que la misión es ante todo la Missio Dei, con el matiz adicional de que recibe su impulso de la Missio Spiritus Sancti. La Missio Dei es llevada a cabo por el Espíritu Santo, enviado desde el primer momento de la creación por el Padre; se concreta en la misión de su Hijo, Jesús de Nazaret, en la «plenitud de los tiempos» (Ga 4, 4) y se nos «confía a nosotros» (2 Co 5, 19).
El paradigma bíblico
En la Iglesia de Antioquía había algunos profetas y doctores: Bernabé, Simeón el Negro, Lucio el Cireneo, Manajén, que se había criado con el tetrarca Herodes, y Saulo. Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: «Sepárenme a Bernabé y a Saulo para la tarea a la que los tengo destinados». Ayunaron, oraron, e imponiéndoles las manos, los despidieron.(Hch 13, 1-3)
Está claro que la Iglesia es un pequeño rebaño con dos declinaciones: la primacía de la calidad sobre la cantidad; una cualidad destinada a la misión ad extra (extramuros).
Animación: ayer y hoy
La animación consiste en comunicar la pasión por la Misión. No se trata de una actividad de marketing ni de una simple búsqueda de recursos humanos. Consiste en la capacidad de involucrar a la propia Iglesia en la comprensión efectiva del Mandatum Novum (mandamiento nuevo) de Nuestro Señor Jesucristo.
Todo esto en la certeza cristiana de que, como escribió Juan Pablo II, «la fe se fortalece dándola» (RM2) explicando luego que «la urgencia de la evangelización misionera se basa en el hecho de que constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada persona y a toda la humanidad en el mundo de hoy, que conoce estupendas conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la existencia misma» (RM2).
En la época de Comboni, la animación se realizaba solo en Iglesias de antigua tradición, como las de Europa. A las Iglesias jóvenes solo les quedaba recibir y en el imaginario de la época eran consideradas de hecho como territorios de misión (ej. Vicariatos apostólicos...).
Así que no había intercambio. La animación consistía en promover la oración en función de la misión Ad gentes, en la recaudación de fondos y en el reclutamiento de vocaciones.
Aunque la encíclica Fidei Donum ya afirmaba el intercambio – circularidad – expresado luego en la cooperación misionera a partir del Concilio Vaticano II, aún hoy la estructura de la animación, en vastos sectores del mundo misionero, parece ser aquella arcaica.
La animación como compromiso de todas las comunidades misioneras
Tratemos ahora de preguntarnos cuál debe ser la tarea de una comunidad misionera, describiendo algunos aspectos:
- a) Espiritualidad Misionera (vida según el Espíritu)
- b) Información (lectura de los signos de los tiempos)
- c) Formación (Magisterio y Educación, abiertos a todo el Mundo)
- d) Solidaridad (compartir, planificar, etc.)
- e) Vocaciones (la comunidad de Corinto; superando la lógica del reclutamiento)
En términos generales, podemos decir que la comunidad misionera debe ser un laboratorio de pensamiento misionero, promoviendo encuentros de oración, reflexión y testimonio sobre los temas de Ad gentes.
Giulio Albanese mccj.
Cómo será el Año Santo de 2025
El Papa abrirá la Puerta Santa de San Pedro el 24 de diciembre de 2024 y la cerrará el 6 de enero de 2026. Estas son las fechas de inicio y fin del Jubileo Ordinario de 2025, que tiene como tema "Peregrinos de la esperanza". Así se anunció en la Bula de Indicción Spes non confundit - La esperanza no defrauda–que se publicó el 9 de mayo. Las otras Puertas Santas de Roma se abrirán el 29 de diciembre de 2024 en San Juan de Letrán, la Catedral del Papa; el 1° de enero de 2025 en Santa María Maggiore y, finalmente, el domingo 5 de enero en San Paolo fuori le Mura. El Papa Francisco también ha anunciado su intención de abrir una Puerta Santa en una cárcel y de pedir la cancelación de la deuda de las naciones que no pueden pagarla. Por otro lado, no se repetirá lo establecido con ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, es decir, la apertura de las Puertas Santas en todas las diócesis. Sin embargo, la Bula establece que el domingo 29 de diciembre de 2024, en todas las catedrales y concatedrales, «los obispos diocesanos celebren la Sagrada Eucaristía como solemne apertura del Año Jubilar, según el Ritual que se preparará para la ocasión. Para la celebración en la iglesia concatedral, además, el Obispo puede ser sustituido por un delegado especialmente designado. Que la peregrinación de los fieles a la catedral sea el signo del camino de esperanza que, iluminado por la Palabra de Dios, une a los creyentes».
En las Iglesias particulares, el Jubileo concluirá el domingo 28 de diciembre de 2025. Y las otras tres Puertas Santas de Roma también serán cerradas en la misma fecha. «Que la luz de la esperanza cristiana llegue a todos los hombres -espera el Papa- como mensaje de amor de Dios dirigido a todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todo el mundo».
La mirada del Papa pone este acontecimiento en continuidad tanto con el anterior Jubileo de la Misericordia, celebrado entre 2015 y 2016, como con el 2033, cuando se cumplirán los dos mil años de la Redención. Y, por supuesto, subraya la coincidencia del ya inminente Año Santo con el 1.700 aniversario del Concilio de Nicea, también en función ecuménica: la Pascua del próximo año será celebrada en una sola fecha por todos los cristianos. Sobre todo, Francisco subraya la necesidad de dar espacio a la esperanza en un momento en el que «a menudo nos encontramos con personas desanimadas, que miran al futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad». Es necesario, escribe, «prestar atención al gran bien que está presente en el mundo para no caer en la tentación de ser abrumados por el mal y la violencia». Los signos de los tiempos, en esencia, «piden ser transformados en signos de esperanza». Ya que esta última «no cede ante las dificultades: se funda en la fe y se alimenta de la caridad, y así nos permite avanzar en la vida». Como escribe san Pablo en la Carta a los Romanos: «Nos gloriamos incluso en la tribulación, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia una virtud probada y la virtud probada la esperanza».
Esperanza y paciencia
Esto lleva al desarrollo de una virtud estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia. Ya estamos acostumbrados a quererlo todo y de inmediato, en un mundo donde las prisas se han convertido en una constante. Ya no tenemos tiempo para reunirnos y, a menudo, incluso en las familias, se hace difícil reunirse y hablar con calma. La paciencia ha sido puesta en fuga por la prisa, causando un gran daño a las personas. De hecho, surgen la intolerancia, el nerviosismo y, a veces, la violencia gratuita, generando insatisfacción y cerrazón. Además, en la era de Internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el "aquí y ahora", la paciencia no tiene cabida.
Si todavía fuéramos capaces de mirar con asombro a la creación, podríamos entender lo crucial que es la paciencia. Es fruto del Espíritu Santo, «mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida. Por eso, aprendamos a pedir a menudo la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene».
Signos de esperanza
En este sentido, la atención del Papa se centra en los signos de esperanza. El primero es «la paz para el mundo, que está inmerso una vez más en la tragedia de la guerra. Olvidando las tragedias del pasado, la humanidad se ve sometida a una nueva y difícil prueba en la que tantos pueblos están oprimidos por la brutalidad de la violencia. La necesidad de paz interpela a todos y nos exige llevar a cabo proyectos concretos. Que no falte el compromiso diplomático para construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una paz duradera».
Es un signo de esperanza transmitir la vida, en una época que parece caracterizarse por la pérdida del deseo de hacerlo. «Debido al ritmo frenético de la vida, los temores hacia el futuro, la falta de garantías laborales y de protección social adecuada, y los modelos sociales en los que dicta la agenda la búsqueda de ventajas en lugar de la atención a las relaciones, estamos asistiendo a un preocupante descenso de la tasa de natalidad en varios Países».
Por esta razón, el Papa pide un compromiso legislativo y de los creyentes para apoyar la maternidad. «La comunidad cristiana puede ser insuperable en el apoyo a la necesidad de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica, y que trabaje por un futuro marcado por las sonrisas de tantos niños y niñas que vengan a llenar las cunas ya demasiado vacías en muchas partes del mundo».
«En el Año Jubilar, - se lee en la Bula - estaremos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria, y en particular para los presos. Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, yo mismo deseo abrir una Puerta Santa en una cárcel, para que sea para ellos un símbolo que les invite a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida».
Se deben ofrecer signos de esperanza a los enfermos, que están en casa o en el hospital. Que sus sufrimientos sean aliviados por la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Y también hay que ayudar a los jóvenes a tener esperanza. Es triste verlos sin ella. «La ilusión de las drogas, el riesgo de la transgresión y la búsqueda de lo efímero crean confusión en los jóvenes más que en otros y ocultan la belleza y el sentido de la vida, haciéndolos deslizarse en oscuros abismos y empujándolos a hacer gestos autodestructivos. Por eso, que el Jubileo sea una oportunidad para que la Iglesia los impulse: con renovada pasión, cuidemos de los jóvenes, de los estudiantes, de los novios y de las generaciones más jóvenes».
Esperanza también hacia los migrantes. «A los numerosos exiliados, refugiados y personas desplazadas que se ven obligadas a huir a causa de los controvertidos acontecimientos internacionales para evitar la guerra, la violencia y la discriminación, hay que garantizar la seguridad y el acceso al trabajo y a la educación, que son herramientas necesarias para su integración en el nuevo contexto social. Por último, el Papa nos pide que mostremos signos de esperanza también para los ancianos y los abuelos y para los millones de pobres que a menudo carecen de lo necesario para vivir».
Llamados de la esperanza
Entre los llamamientos a la esperanza, el Papa lanza dos ideas: establecer «con el dinero que se utiliza para armas y otros gastos militares un Fondo mundial para eliminar definitivamente el hambre y para el desarrollo de los Países más pobres, para que sus habitantes no recurran a soluciones violentas o engañosas y no se vean obligados a abandonar sus Países en busca de una vida más digna». Y perdonar las deudas de los Países que nunca podrían pagarlas. «Más que magnanimidad, se trata de una cuestión de justicia, agravada hoy por una nueva forma de iniquidad de la que hemos tomado conciencia. De hecho, existe una verdadera "deuda ecológica", especialmente entre el Norte y el Sur, vinculada a los desequilibrios comerciales con consecuencias ecológicas, así como al uso desproporcionado de los recursos naturales que históricamente han llevado a cabo algunos Países».
Por último, la Bula aborda el tema de la vida después de la muerte, aclara el significado de las indulgencias, nos invita a ejercitar el camino del perdón y confirma el ministerio de los Misioneros de la Misericordia, instituido en el anterior Jubileo Extraordinario, especialmente en los lugares donde más se necesitan.
"El próximo Jubileo, por lo tanto -concluye el Papa- será un Año Santo caracterizado por la esperanza que nunca defrauda, la que está puesta en Dios. Que nos ayude también a redescubrir la confianza necesaria, tanto en la Iglesia como en la sociedad, en las relaciones interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de cada persona y en el respeto de la creación».
Del periódico católico “Avvennire” jueves 9 de mayo de 2024
MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA 58 JORNADA MUNDIAL
DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES
Inteligencia artificial y sabiduría del corazón
para una comunicación plenamente humana
Queridos hermanos y hermanas
La evolución de los sistemas de la así llamada "inteligencia artificial", sobre la que ya reflexioné en mi reciente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, también está modificando radicalmente la información y la comunicación y, a través de ellas, algunos de los fundamentos de la convivencia civil. Es un cambio que afecta a todos, no sólo a los profesionales. La difusión acelerada de sorprendentes inventos, cuyo funcionamiento y potencial son indescifrables para la mayoría de nosotros, suscita un asombro que oscila entre el entusiasmo y la desorientación y nos coloca inevitablemente frente a preguntas fundamentales: ¿qué es pues el hombre? ¿cuál es su especificidad y cuál será el futuro de esta especie nuestra llamada homo sapiens, en la era de las inteligencias artificiales? ¿Cómo podemos seguir siendo plenamente humanos y orientar hacia el bien el cambio cultural en curso?
Comenzando desde el corazón
Ante todo, conviene despejar el terreno de lecturas catastrofistas y de sus efectos paralizantes. Hace un siglo, Romano Guardini, reflexionando sobre la tecnología y el hombre, instaba a no ponerse rígidos ante lo “nuevo” intentando «conservar un mundo de infinita belleza que está a punto de desaparecer». Sin embargo, al mismo tiempo de manera encarecida advertía proféticamente: «Nuestro puesto está en el porvenir. Todos han de buscar posiciones allí donde corresponde a cada uno […], podremos realizar este objetivo si cooperamos noblemente en esta empresa; y a la vez, permaneciendo, en el fondo de nuestro corazón incorruptible, sensibles al dolor que produce la destrucción y el proceder inhumano que se contiene en este mundo nuevo». Y concluía: «Es cierto que se trata, de problemas técnicos, científicos y políticos; pero es preciso resolverlos planteándolos desde el punto de vista humano. Es preciso que brote una nueva humanidad de profunda espiritualidad, de una libertad y una vida interior nuevas». [1]
En esta época que corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en humanidad, nuestra reflexión sólo puede partir del corazón humano. [2] Sólo dotándonos de una mirada espiritual, sólo recuperando una sabiduría del corazón, podremos leer e interpretar la novedad de nuestro tiempo y redescubrir el camino de una comunicación plenamente humana. El corazón, bíblicamente entendido como la sede de la libertad y de las decisiones más importantes de la vida, es símbolo de integridad, de unidad, a la vez que evoca afectos, deseos, sueños, y es sobre todo el lugar interior del encuentro con Dios. La sabiduría del corazón es, pues, esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros.
Esta sabiduría del corazón se deja encontrar por quien la busca y se deja ver por quien la ama; se anticipa a quien la desea y va en busca de quien es digno de ella (cf. Sab 6,12-16). Está con los que se dejan aconsejar (cf. Prov 13,10), con los que tienen el corazón dócil y escuchan (cf. 1 Re 3,9). Es un don del Espíritu Santo, que permite ver las cosas con los ojos de Dios, comprender los vínculos, las situaciones, los acontecimientos y descubrir su sentido. Sin esta sabiduría, la existencia se vuelve insípida, porque es precisamente la sabiduría —cuya raíz latina sapere se relaciona con el sabor— la que da gusto a la vida.
Oportunidad y peligro
No podemos esperar esta sabiduría de las máquinas. Aunque el término inteligencia artificial ha suplantado al más correcto utilizado en la literatura científica, machine learning, el uso mismo de la palabra “inteligencia” es engañoso. Sin duda, las máquinas poseen una capacidad inconmensurablemente mayor que los humanos para almacenar datos y correlacionarlos entre sí, pero corresponde al hombre, y sólo a él, descifrar su significado. No se trata, pues, de exigir que las máquinas parezcan humanas; sino más bien de despertar al hombre de la hipnosis en la que ha caído debido a su delirio de omnipotencia, creyéndose un sujeto totalmente autónomo y autorreferencial, separado de todo vínculo social y ajeno a su creaturalidad.
En efecto, el hombre siempre ha experimentado que no puede bastarse a sí mismo e intenta superar su vulnerabilidad utilizando cualquier medio. Empezando por los primeros artefactos prehistóricos, utilizados como prolongación de los brazos, pasando por los medios de comunicación empleados como prolongación de la palabra, hemos llegado hoy a las máquinas más sofisticadas que actúan como ayuda del pensamiento. Sin embargo, cada una de estas realidades puede estar contaminada por la tentación original de llegar a ser como Dios sin Dios (cf. Gn 3), es decir, de querer conquistar por las propias fuerzas lo que, en cambio, debería acogerse como un don de Dios y vivirse en la relación con los demás.
Según la orientación del corazón, todo lo que está en manos del hombre se convierte en una oportunidad o en un peligro. Su propio cuerpo, creado para ser un lugar de comunicación y comunión, puede convertirse en un medio de agresión. Del mismo modo, toda extensión técnica del hombre puede ser un instrumento de servicio amoroso o de dominación hostil. Los sistemas de inteligencia artificial pueden contribuir al proceso de liberación de la ignorancia y facilitar el intercambio de información entre pueblos y generaciones diferentes. Pueden, por ejemplo, hacer accesible y comprensible una enorme riqueza de conocimientos escritos en épocas pasadas o hacer que las personas se comuniquen en lenguas que no conocen. Pero al mismo tiempo pueden ser instrumentos de “contaminación cognitiva”, de alteración de la realidad a través de narrativas parcial o totalmente falsas que se creen —y se comparten— como si fueran verdaderas. Baste pensar en el problema de la desinformación al que nos enfrentamos desde hace años en forma de fake news [3] y que hoy se sirve de deepfakes, es decir, de la creación y difusión de imágenes que parecen perfectamente verosímiles pero que son falsas (también yo he sido objeto de ello), o de mensajes de audio que utilizan la voz de una persona para decir cosas que nunca ha dicho. La simulación, que está a la base de estos programas, puede ser útil en algunos campos específicos, pero se vuelve perversa cuando distorsiona la relación con los demás y la realidad.
Ya desde la primera ola de la inteligencia artificial, la de los medios sociales, hemos comprendido su ambivalencia, dándonos cuenta tanto de sus potencialidades como de sus riesgos y patologías. El segundo nivel de inteligencia artificial generativa marca un salto cualitativo indiscutible. Por lo tanto, es importante tener la capacidad de entender, comprender y regular herramientas que en manos equivocadas podrían abrir escenarios adversos. Como todo lo que ha salido de la mente y de las manos del hombre, los algoritmos. Por ello, es necesario actuar preventivamente, proponiendo modelos de regulación ética para frenar las implicaciones nocivas y discriminatorias, socialmente injustas, de los sistemas de inteligencia artificial y contrarrestar su uso en la reducción del pluralismo, la polarización de la opinión pública o la construcción de un pensamiento único. Así pues, renuevo mi llamamiento exhortando a «la comunidad de las naciones a trabajar unida para adoptar un tratado internacional vinculante, que regule el desarrollo y el uso de la inteligencia artificial en sus múltiples formas». [4] Sin embargo, como en cualquier ámbito humano, la sola reglamentación no es suficiente.
Crecer en humanidad
Estamos llamados a crecer juntos, en humanidad y como humanidad. El reto que tenemos ante nosotros es dar un salto cualitativo para estar a la altura de una sociedad compleja, multiétnica, pluralista, multirreligiosa y multicultural. Nos corresponde cuestionarnos sobre el desarrollo teórico y el uso práctico de estos nuevos instrumentos de comunicación y conocimiento. Grandes posibilidades de bien acompañan al riesgo de que todo se transforme en un cálculo abstracto, que reduzca las personas a meros datos, el pensamiento a un esquema, la experiencia a un caso, el bien a un beneficio, y sobre todo que acabemos negando la unicidad de cada persona y de su historia, disolviendo la concreción de la realidad en una serie de estadísticas.
La revolución digital puede hacernos más libres, pero no ciertamente si nos dejamos atrapar por los fenómenos mediáticos hoy conocidos como cámara de eco. En tales casos, en lugar de aumentar el pluralismo de la información, corremos el riesgo de perdernos en un pantano desconocido, al servicio de los intereses del mercado o del poder. Es inaceptable que el uso de la inteligencia artificial conduzca a un pensamiento anónimo, a un ensamblaje de datos no certificados, a una negligencia colectiva de responsabilidad editorial. La representación de la realidad en macrodatos, por muy funcional que sea para la gestión de las máquinas, implica de hecho una pérdida sustancial de la verdad de las cosas, que dificulta la comunicación interpersonal y amenaza con dañar nuestra propia humanidad. La información no puede separarse de la relación existencial: implica el cuerpo, el estar en la realidad; exige poner en relación no sólo datos, sino también las experiencias; exige el rostro, la mirada y la compasión más que el intercambio.
Pienso en los reportajes de las guerras y en la “guerra paralela” que se hace mediante campañas de desinformación. Y pienso en cuántos reporteros resultan heridos o mueren sobre el terreno para permitirnos ver lo que han visto sus ojos. Porque sólo tocando el sufrimiento de niños, mujeres y hombres podemos comprender lo absurdo de las guerras.
El uso de la inteligencia artificial podrá contribuir positivamente en el campo de la comunicación si no anula el papel del periodismo sobre el terreno, sino que, por el contrario, lo respalda; si aumenta la profesionalidad de la comunicación, responsabilizando a cada comunicador; si devuelve a cada ser humano el papel de sujeto, con capacidad crítica, respecto de la misma comunicación.
Interrogantes para el hoy y para el mañana
Así pues, surgen espontáneamente algunas preguntas: ¿cómo proteger la profesionalidad y la dignidad de los trabajadores del ámbito de la comunicación y la información, junto con la de los usuarios de todo el mundo? ¿Cómo garantizar la interoperabilidad de las plataformas? ¿Cómo garantizar que las empresas que desarrollan plataformas digitales asuman la responsabilidad de lo que difunden y de lo cual obtienen beneficios, del mismo modo que los editores de los medios de comunicación tradicionales? ¿Cómo hacer más transparentes los criterios en los que se basan los algoritmos de indexación y desindexación y los motores de búsqueda, capaces de exaltar o cancelar personas y opiniones, historias y culturas? ¿Cómo garantizar la transparencia de los procesos de información? ¿Cómo hacer evidente la autoría de los escritos y rastreables las fuentes, evitando el manto del anonimato? ¿Cómo poner de manifiesto si una imagen o un vídeo retratan un acontecimiento o lo simulan? ¿Cómo evitar que las fuentes se reduzcan a un pensamiento único, elaborado algorítmicamente? ¿Y cómo fomentar, en cambio, un entorno que preserve el pluralismo y represente la complejidad de la realidad? ¿Cómo hacer sostenible esta herramienta potente, costosa y de alto consumo energético? ¿Cómo hacerla accesible también a los países en desarrollo?
A partir de las respuestas a estas y otras preguntas, comprenderemos si la inteligencia artificial acabará construyendo nuevas castas basadas en el dominio de la información, generando nuevas formas de explotación y desigualdad; o si, por el contrario, traerá más igualdad, promoviendo una información correcta y una mayor conciencia del cambio de época que estamos viviendo, favoreciendo la escucha de las múltiples necesidades de las personas y de los pueblos, en un sistema de información articulado y pluralista. Por una parte, se cierne el espectro de una nueva esclavitud, por la otra, una conquista de la libertad; por un lado, la posibilidad de que unos pocos condicionen el pensamiento de todos, por otro, la posibilidad de que todos participen en la elaboración del pensamiento.
La respuesta no está escrita, depende de nosotros. Corresponde al hombre decidir si se convierte en alimento de algoritmos o en cambio sí alimenta su corazón con la libertad, ese corazón sin el cual no creceríamos en sabiduría. Esta sabiduría madura sacando provecho del tiempo y comprendiendo las debilidades. Crece en la alianza entre generaciones, entre quienes tienen memoria del pasado y quienes tienen visión de futuro. Sólo juntos crece la capacidad de discernir, de vigilar, de ver las cosas a partir de su cumplimiento. Para no perder nuestra humanidad, busquemos la Sabiduría que es anterior a todas las cosas (cf. Si 1,4), la que pasando por los corazones puros hace amigos de Dios profetas (cf. Sab 7,27). Ella nos ayudará también a orientar los sistemas de inteligencia artificial a una comunicación plenamente humana.
Roma, en San Juan de Letrán, 24 de enero de 2024
FRANCISCO
[1] Cartas del Lago de Como , Pamplona 2013, 101-104.
[2] En continuidad con los Mensajes de las anteriores Jornadas Mundiales de las Comunicaciones Sociales, dedicadas a encontrar a las personas donde están y como son (2021), escuchar con los oídos del corazón (2022) y hablar con el corazón (2023).
[3] “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Fake news y periodismo de paz. Mensaje de la 52 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2018 .
[4] Mensaje para la Celebración de la 57 Jornada Mundial de la Paz (1 enero 2024), 8.