VATICANO - El arzobispo Nwachukwu a los nuevos obispos: pertenecer a la “tribu de Cristo” libera a la Iglesia del tribalismo y el etnocentrismo

Por Gianni Valente

Roma (Agencia Fides) – «El tribalismo y el etnocentrismo no han perdonado a la Iglesia. Al contrario, muchas veces han penetrado y herido al Cuerpo de Cristo». «Y cuando la identidad cultural, étnica o de casta se coloca por encima del nuevo nacimiento en el bautismo, la fe y la unidad del Pueblo de Dios se ven amenazadas.
Con palabras claras y realistas, el arzobispo nigeriano Fortunatus Nwachukwu ha descrito un problema «cuya persistencia no se puede negar» y «cuya gravedad no se debe minimizar».

En su intervención del viernes 5 de septiembre en el Curso de formación para obispos de reciente nombramiento, el secretario del Dicasterio para la Evangelización ha expuesto cómo las llagas del tribalismo y el etnocentrismo afectan a muchas Iglesias locales llegando incluso a influir
en los procesos de nombramiento de obispos y en la distribución de los diferentes cargos en las comunidades eclesiales. El prelado ha citado casos recientes en los que obispos designados para dirigir diócesis han sido rechazados por parte del clero y de las autoridades civiles locales al no pertenecer a los grupos étnicos o tribales dominantes de la región. También ha recordado las divisiones que persisten en los seminarios entre candidatos al sacerdocio provenientes de distintas castas o grupos étnicos.

El “síndrome del hijo de la tierra”.

El arzobispo Nwachukwu ha definido el problema como el síndrome del “hijo de la tierra”: la obstinada convicción de que la dirección y la gestión de los cargos eclesiásticos deben permanecer en manos de un clan concreto: el de los “hijos” de una determinada tierra, etnia o grupo social.

Una cuestión de fe.

El tribalismo y el etnocentrismo, cuando se infiltran en las dinámicas eclesiales, deben ser combatidos no por motivos de prestigio o por obedecer a criterios «políticamente correctos». El secretario del Dicasterio Misionero, como biblista ha documentado cómo estos fenómenos perniciosos se oponen a toda la historia de la Salvación, desde el admirable don de la Creación hasta el misterio aún más admirable de la Redención inaugurada con la Encarnación de Cristo. Se trata de un «desafío teológico que socava el poder reconciliador de la Cruz y la unidad del Espíritu».

En la Creación, Dios mismo «se complace en la riqueza de la diversidad», como «un artista que compone un mosaico con muchos colores en lugar de un solo tono». Las diferentes especies mencionadas en el Libro del Génesis «pueden compararse analógicamente con nuestras diferentes tribus y etnias, castas y llamadas razas». La diversidad, según el designio del Creador, es belleza, como se manifiesta en la diferencia entre el hombre y la mujer, «distintos pero igualmente creados a imagen de Dios».

Solo cuando la humanidad se apartó de Dios, cuando «desvió su atención de Él y, por así decirlo, comenzó a hacerse “selfies”, descubrió su propia desnudez». Fue tras el Pecado Original cuando la diferencia se convirtió en motivo y pretexto de división, enfrentamiento y violencia.