Formación

 Recomenzar

 Introducción

«Abba Moisés interrogó a abba Silvano, diciendo: “¿Puede el hombre comenzar de nuevo cada día?” Y abba Silvano dijo: “Si es un hombre trabajador, puede empezar de nuevo todos los días e incluso cada hora”».

Cada uno de nosotros se ha encontrado en el suelo al menos una vez en su vida, anhelando una palabra que le ayudara a volver a ponerse de pie, a reanudar el camino, ¡al menos hasta la caída sucesiva!

La razón que nos impulsa a buscar o dar una buena palabra es probablemente la conciencia de que cada vida es preciosa y portadora de una historia única.

Quien está acostumbrado a cuestionarse acerca el sentido de la existencia y a acompañar a las personas, especialmente en los momentos de dificultad, ha aprendido con cuánta delicadeza hay que afrontar los acontecimientos personales marcados por heridas, pero que anhelan recuperarse, resucitar, volver a vivir. Cada vida rota merece cuidado y la esperanza de una posibilidad que aún puede abrirse en el futuro. Después de todo, esto es consuelo.

En la Biblia, el consuelo llega precisamente en los momentos de dificultad, pero no se trata de anestesiar el dolor con un efecto calmante. A menudo, las palabras de consuelo de los profetas se asocian con palabras duras que saben decir la verdad sobre una situación, especialmente sobre lo que está mal. También de esta manera es posible equiparse contra la desgracia y superarla.

Las palabras bíblicas expresan consuelo tanto cuando son dulces como cuando son amargas, porque transmiten la plena confianza de que Dios no abandonará a su pueblo, de que Dios permanecerá fiel en todas las circunstancias.

En este texto hay algunas situaciones que invocan la necesidad de volver a empezar después de un mal hecho o un mal sufrido, después de haberse encontrado en una circunstancia difícil de atravesar o después de haber sufrido una pérdida. En todas estas situaciones, las palabras de las Sagradas Escrituras pueden arrojar alguna luz para comprender cómo, incluso en páginas tan antiguas, se nos habla precisamente a nosotros. Este descubrimiento por sí solo puede calentar un poco el corazón. La búsqueda, sin embargo, continúa hasta encontrar esa palabra que es como el agua fresca en la sed ardiente, como una estrella en una noche oscura, como un punto de apoyo sólido en una escalada.

En Japón existe una espléndida tradición que ahora es bien conocida incluso en occidente: es la técnica o más bien el arte del kintsugi. Las porcelanas preciosas que por alguna razón se han roto se restauran poniendo oro en las líneas de fractura. No tratan de ocultar lo que sucedió, sino de atesorarlo. Una memoria que hace que la pieza restaurada sea única para siempre y aún más preciosa.

También nuestras vidas, a veces rotas, pensamos que están definitivamente quebradas y que hay que tirarlas: la Palabra de Dios, como el oro en los bordes de los pedazos, sabia y pacientemente reparados, nos anuncia que cada historia puede reencontrar su integridad, transformando la experiencia vivida en un nuevo comienzo, hasta un éxito inesperado.

Recomenzar

después de un fracaso

Abres el horno al final de la cocción y la torta que creció tan bien ... ¡Se desinfla! Sin embargo, la receta se siguió paso a paso, los ingredientes y los tiempos fueron los adecuados, pero ahí está, aflojada. De todos modos, encontrarás la manera de comerla, ¡pero ciertamente no puedes presentársela a los invitados!

Si el pastel fracasado nos pone nerviosos, enojados y decepcionados, cuánto más dolor nos traen experiencias en las que hemos mezclado los ingredientes del estudio, la pasión, el compromiso con el cuidado y el compromiso; haber hecho las cosas como debían haberse, en el momento adecuado y todo lo demás… y lo mismo conduce al fracaso. De hecho, cuántas veces hemos visto crecer un proyecto, un trabajo, una historia de amor, que tenía todas las premisas para florecer en un resultado espléndido y que luego terminó en la nada.

Nada como un fracaso puede socavar de raíz nuestra autoestima. Escuchamos resonando en la cabeza las palabras que imaginamos sean las que todos piensan de nosotros: "No sirves para nada", "¡Qué figura!... ", "¡Nunca puedes completar algo!", "Estás decepcionando a todos los que habían confiado en ti", "Cuántos esfuerzos y sacrificios inútiles...". La verdad es que nos sentimos fracasados como personas. Son nuestras vidas las que sentimos inútiles y decepcionantes, tal vez hasta el punto en que pensamos que sería mejor desaparecer...

Esta es la cuestión: si en la vida se trata de alcanzar las metas que uno se ha propuesto y el resultado es desastroso, ¿qué sentido tiene seguir comprometiéndose, luchando?  

Fracasos famosos

En la Biblia hay muchísimos que experimentan el fracaso: hay quienes quisieron tener una familia numerosa y durante décadas ven frustrado este deseo, como Abraham, Sara, Raquel, Ana, Elizabet y Zacarías. Hay quien es fuertísimo y está muy enamorado como Sansón y termina traicionado, cegado y encadenado. Hay quien, como David, han ganado muchas batallas, pero ve crecer el odio y las facciones a su alrededor, incluso en su propia casa y entre sus hijos.

En la Biblia hay muchos profetas que parecen fracasar en su misión: hay quienes predican la conversión y ven crecer la rebelión; quienes quisieron descartar opciones políticas nefastas, pero no lograron convencer a los gobernantes a que eviten hambrunas e innecesarios derramamientos de sangre; los que piden insistentemente misericordia y justicia, pero ven que la gente se engaña a sí misma creyendo que las ofrendas al Templo pueden encubrir las muchas injusticias cometidas hacia los más débiles. También hay quienes se convierten en discípulos del Mesías de Nazaret y lo dejan todo para seguir el sueño de un mundo  nuevo, pero lo ven terminar en una cruz como el peor criminal...

¿Cuál es el punto de seguir esperando? ¿De qué sirvieron tantas palabras y una vida honesta e íntegra? ¿A dónde han llevado los sacrificios y las vigilias para enfrentar tantas hostilidades? Aparece el desánimo y se asemeja a la angustia y a la desesperación. Pero aún no es el final.

En todos estos eventos no siempre hay un final feliz al estilo de los cuentos de hadas, pero el fracaso siempre es solo una etapa en la vida de los protagonistas, no es la última palabra. De hecho, el mayor peso del fracaso viene de no ser capaz de ver más allá. De sentir de haber agotado las oportunidades. De la sensación constante de agotamiento, de no tener más energía para seguir.

Aquí está la primera atención: nunca llegues al punto de que un proyecto o un trabajo te quite el sueño constantemente, porque entonces ya no tendrás la lucidez y la fuerza ni siquiera para entender lo que sucedió.

Un fuego que aún arde en el corazón

¿En qué nos hemos equivocado? ¿Confiar en las personas equivocadas? ¿Insistir en una empresa ilusoria? ¿No reconocer los signos de fracaso que se estaban preparando?

¡Incluso un gran profeta como Jeremías se encuentra maldiciendo el día de su nacimiento por confiar en el Señor! Él anuncia su Palabra, pero solo recibe rechazo y burla.

«Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir; me forzaste y me venciste. Yo era motivo de risa todo el día, todos se burlaban de mí. Si hablo, es a gritos, clamando ¡violencia, destrucción!, la Palabra del Señor se me volvió insulto y burla constantes, y me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre. Pero la sentía dentro como fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía» (Jr 20,7-9).

A veces el fracaso no depende de una elección equivocada, ni de alguna incapacidad personal, sino de la dureza de las condiciones externas. El fruto, el éxito, está en la pasión que se mantiene viva en el corazón, a pesar de todo. Eso hay que buscar. Si, más allá de las responsabilidades, solo observamos escombros en nuestra vida afectiva o laboral, Jeremías vuelve a acudir en nuestro socorro:

«Así dice el Señor: Yo cambiaré la suerte de las tiendas de Jacob, compadecido de sus moradas; sobre sus ruinas será reconstruida la ciudad, su palacio se asentará en su puesto; resonarán allí himnos y rumores de fiesta» (Jr 30,18-19).

Hablamos de moradas, tiendas y casas, por decir de la posibilidad de estar juntos. Si todo está destruido, pero aún estás vivo, comienza por reconstruir tu jornada. Tu cuerpo es tu primera tienda, casa, morada, con la que entras en contacto con los demás.

Custodiar el propio cuerpo por un día es ya dejar actuar la compasión del Señor, es decir, su discreta presencia. Y luego reconstruye tus sentidos: mirar lo invisible, es decir, lo que te rodea; oír los sonidos y el canto de la vida; respirar con calma y oler el aire con sus aromas; renovar el tacto y el gusto que son necesarios aunque solo para pensar en la gente celebrando.

Reapertura de la obra

El valor de una vida no depende de los éxitos o metas alcanzadas, sino del hecho de ser amable para alguien que, con nuestra colaboración, volverá a poner en pie, ladrillo a ladrillo, lo que se ha venido abajo.

Déjate reconstruir como ese pueblo tantas veces infiel, que es visto por el Señor en su verdad, es decir, en sus fracasos y potencialidades, como una niña que tiene la vida por delante y que es capaz de bailar al son de la música más hermosa. ¿Quizás lo que ha fallado es la imagen que nos habíamos construido de nosotros mismos o que tal vez otros nos habían dibujado?

«El Señor se le apareció desde lejos. Con amor eterno te amé, por eso prolongué mi lealtad; te reconstruiré y quedarás construida, doncella de Israel; de nuevo saldrás enjoyada a bailar alegremente con panderetas; de nuevo plantarás viñas en los montes de Samaría, y los que las plantan las cosecharán» (Jr 31,3-5).

Por eso es importante no detenerse en el momento, sino ampliar el horizonte y elevarse en un tiempo diferente. De nuevo darás fruto: vuelve a plantar y volverás a la cosecha.

Una alegría a la vuelta de la esquina

Mientras tanto, sin embargo, el juicio de los demás en un momento de dificultad hace que todo sea más agotador. Y si el fracaso llegó después de una época de éxito que había despertado envidia, incluso habrá quienes se alegrarán maliciosamente por ello.

Jesús, cuando prepara a sus discípulos para enfrentar el terrible fracaso de la cruz que los abrumará, también les advierte contra la mezquindad de tantos. La esperanza no puede depender del juicio de los demás: si tú mismo tienes dificultad a leer el presente e intuir el futuro, ¿qué saben los demás?

« Les aseguro que ustedes llorarán y se lamentarán mientras el mundo se divierte; estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16,20).

Alegría inesperada, más allá de toda esperanza y expectativa de los desprevenidos discípulos. El momento del llanto y del lamento es normal, pero el Señor de la historia está dispuesto a escribir una página nueva en el libro de nuestras vidas. Depende de nosotros darle la vuelta.

Dios elige lo que no es nada

Si estamos absolutamente convencidos de que somos una catástrofe porque hemos tenido tantas pruebas, tanto que hemos cosechado el desprecio con ambas manos, es posible que la mirada del Señor se pose sobre nosotros, y que elija confiarnos el testimonio elocuente de una vida reconciliada y gastada por amor.

Cuando uno tiene medios y habilidades fuertes, Jesús enseña que estos son talentos que deben ser traficados para que den fruto.

El reproche está reservado solo para aquellos que entierran su talento, tal vez precisamente por miedo al fracaso. Hay, sin embargo, otro riesgo puesto de relieve por la parábola (Mt 25,14ss): es que olvidemos que uno, dos o cinco, los talentos son confiados por otra persona a la que finalmente debemos dar cuenta. En definitiva, no hay lugar para la auto referencialidad ni para ninguna forma de egoísmo. Pero, ¿qué pasa si se ha traficado con talentos, pocos o muchos, y el resultado ha sido un fracaso?

«Por el contrario, Dios ha elegido los locos del mundo para humillar a los sabios, Dios ha elegido a los débiles del mundo para humillar a los fuertes, Dios ha elegido a gente sin importancia, a los despreciados del mundo y a los que no valen nada, para anular a los que valen algo . Y así nadie podrá gloriarse frente a Dios» (1Cor 1,27-29).

Pablo insiste en esto: aquellos que han experimentado de primera mano su capacidad de fracasar y sentirse débiles o tontos o no tienen la estima de las personas que importan, difícilmente pensarán en ser autosuficientes. El recuerdo de un fracaso será precioso en el futuro para mantener los pies en la tierra incluso frente a un gran éxito.

Emanuela Buccioni